"no me despidas más, siento que todo estalla"
Francisco Bochatón.
Aurora entró al comedor
corriendo. Entre tanta gente que había apostada preparándose para ver la
película, y su eterna demora para ir a buscar los lentes, se había quedado sin
lugar en los sillones y sillas periféricas a la TV. Sin dudarlo, gambeteó entre los cuerpos de sus primas
que yacían en el piso y se zambulló encima de Salvador, quien estaba
cómodamente ubicado frente a la pantalla, a la espera de que el preámbulo de
posicionamientos termine y empiece el film por el cual habían interrumpido su
partido de fútbol.
Claro,
había un derecho moral para que ella reaccione así, directamente proporcional a
la obligación sentimental de él por hospedarla en sus rodillas por las próximas
horas. Así que casi sin chistar le dio cobijo en aquella noche calurosa del
húmedo barrio del sur de la Capital.
Años
mas tarde Salvador se arrepentiría de tal sumisión. Se encontraría perdido en
un espiral de preguntas y anhelos todos etiquetados bajo la maldita palabra con
A, de cuatro letras.
Un
prontuario de años y emociones diversas, del cual solo filtraría aquella
determinada situación. ¿Por qué esa situación en particular? Quizás, pensaba,
si hubiera sido menos condescendiente con aquellos narcisistas delirios de
princesa hoy la situación lo hubiese encontrado con la frente un tanto más
alta, y sin el rosario de penas asomándole tímidamente a cada rato por la
garganta, como un nudo asfixiante y lacrimógeno. Nunca se dio cuenta de que
aquellas reacciones a las situaciones de dependencia lo internarían en un
estado de necesidad total por las mismas, como una feroz adicción.
De
esta manera, cuando la soledad lo atacó sorpresivamente por la retaguardia,
luego de velar sus ambiciones de tipo duro e intenciones de anti-relación,
comenzó a darse cuenta que la necesitaba (extrañaba), y mucho.
La
inercia de la vida lo llevó a permutar dichos pensamientos por acciones. Pero
las fuerzas gravitacionales, cósmicas, o cuales sean que manejen el devenir del
destino, hicieron que chocara nuevamente contra el frontón de hechos y
realidades que Aurora supo construir en ese segmento temporal en el que él, simplemente
se había dedicado a sufrir y pensarla.
El
oasis de esperanza que lo albergó esa noche tenía distintas aristas. Una era
obviamente la sensación de que ella extrañaba la necesidad de tirarse encima de
él, jugando; solo para molestarlo y que él le gruña que hacía calor, que se
porte como alguien de su edad.
Pero
su verdad absoluta iba a contramano del mundo y en efecto, ella extrañaba esas
situaciones, las añoraba, pero no le movían los cimientos del corazón de manera
tal que pueda tirar abajo ese categórico frontón impuesto.
Para
ella eran recuerdos como en fotos, como aquel álbum que ya pisaba la década de
antigüedad. Aurora había dado vuelta la hoja, o por lo menos había pegado la
última foto, dispuesta a mirarlo y nunca olvidarlo, pero definitivamente
negándose a continuarlo.
Enterarse
de todo eso en su noche de esperanza a Salvador le significó el golpe de
knock-out que creía haber buscado pero temía recibir. Aurora había dejado de
existir, como en un acuerdo tácito con su cerebro.
Proyectaba,
entonces, otras imágenes en su cabeza. Así, logró conformar un nuevo pequeño
séquito de historias e histerias, que también tenían el placer agridulce del
amor. Ínfimas, näives. Pero por lo menos estas nuevas parodias habían dejado de
contar con el protagonismo de aquella que ya no debía ser nombrada.
No
le alcanzaban los dedos de las manos ni los dolores de alma en su haber para
contar las veces que ella se “había ido de su vida”, pero ésta vez en
particular olía distinto.
Quizás
eran los años, tal vez realmente existían otros personajes que habían alcanzado
su talla en la historia amorosa de “su” enamorada, y él había devenido
simplemente en un recuerdo mas allà del frontón (el primero, sí, pero no el
único).
Con
el hecho consumado, y asimilado; su cabeza emprendió viaje hacia otros
problemas. Dio órdenes a su cuerpo, incentivó al corazón, izó las velas y
partió.
Hoy
día, Salvador no existe. Hay quienes dicen que murió de tristeza aquella noche
que lo invadió un oasis de sensaciones y lo arrastró a la, hasta entonces
inaceptable, realidad.
Otros,
mas positivos en su discurso, dicen que su esencia, harta de los reproches,
mudó de envase como las serpientes mudan su piel, y todavía está buscando el
personaje donde anclar y asentarse en búsqueda de nuevas realidades.
¿Aurora?
No se sabe, hace ya varios párrafos que dejó de existir para mí.
SV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario