9/11/2013

Entrevista

Francisco y su vuelta entera: “ME PARECE QUE LLEGUÉ A UN LUGAR”

Francisco Bochatón repite varias veces las palabras “satisfecho” y “contento”. Sílaba por sílaba, se las escucha rebotar contra las paredes del camarín impulsadas por la energía de un discurso que, lejos de ser una pose, muestra a un artista a gusto con el trabajo realizado.
Tanto júbilo se sostiene gracias a este presente activo: un año en el que presentó álbum solista (nominado a los Premios Gardel) y en el que prepara la grabación del retorno oficial de Peligrosos Gorriones, banda con la que editó tres discos durante los ’90.

¿Cómo recibís la nominación de “La Vuelta Entera” como Mejor Álbum Artista de Rock?
 Al principio me pareció raro, y me sorprendió mucho. Pero hay tanto trabajo atrás, que después lo sentí como un reconocimiento, como una elección genuina que tiene que ver con el arte y el esfuerzo. Porque el resultado final viene de un proceso previo de dos años, en el que tuve que elegir entre mil temas que fuimos grabando en partes, tocando todos juntos en vivo. Igual, ya en 2005 me habían preseleccionado entre diez artistas independientes por “La Tranquilidad Después de la Paliza”, pero no avanzó de esa etapa.

¿Qué evaluación hacés de este trabajo en relación con los anteriores?
Yo siento que fue una entrega. Los anteriores, sin darme cuenta, eran un experimento, el paso previo necesario para después hacer “La Vuelta Entera”. Esto es “pan caliente”, me parece que llegué a un lugar.
“Paliza”, por ejemplo, es un disco anti-disco; por eso la tapa es la imagen de mi nuca, casi como una mueca punk. Es el fruto de un viaje a España, que incluyó una visita a Warner en la que lo escucharon. Es un álbum que allá es imposible de digerir. Imposible. Pero tuvo una producción que no llega a lo que “LVE” tiene. Eso lo reconozco. Por eso estoy orgulloso de este trabajo.

Decís que sentís la nominación como un reconocimiento a un gran esfuerzo, ¿por qué?
El sonido está buscado. Está buscado dónde van los micrófonos, está muy trabajado el tema del audio. No tiene ediciones, no tiene “corto y pego”. Si se equivocaba alguien íbamos de nuevo. Es el primer disco que yo grabo así desde los ‘90, con los Gorriones. Los chicos de la banda quisieron, y como ellos son músicos que pueden hacerlo tomé ese riesgo que me dio el resultado que quería. El proceso final recayó en manos de Eduardo Bergallo (encargado de la mezcla), que lo agarró porque le gustaba mucho el material bruto. Luego, lo transformó en “LVE”. Pero a su vez hubo mucha guía de mi instinto y el azar; lo onírico es onírico realmente, y lo otro es técnico real. Hay una unión, una ecuanimidad entre esos dos términos. Hay un laburo concreto y experto, sí, pero respetando ciertas libertades. Por ejemplo, canté en mi casa cuando no me salía en la sala, demoré seis meses en grabar las voces, tuve mucha autonomía.

Me imagino que, cuando formás parte de un grupo, esas concesiones se restringen y el proceso creativo pasa a ser compartido. ¿Qué diferencia hay entre esta versión de Peligrosos Gorriones y la de los ’90? ¿Cómo viene la grabación del nuevo disco?
Nosotros ahora estamos armando ensayos y haciendo shows donde tocamos algunos temas nuevos. Ya tenemos 17 demos y  el registro de este material será a fin de año, comienzos del otro. Hicimos una pre-producción en estudio que está muy buena y tiene lindas canciones. El proceso creativo, sí, es muy distinto. Pero la química es igual, está entre nosotros y sigue siendo la misma desde hace 20 años. Después, también está la madurez de la edad, todo cambia. Ahora, por ejemplo, hay más laburo en la casa de cada uno, que después vamos y juntamos. Y a veces no: a veces salimos al ensayo y parece la energía de los ’90. El hilo conductor es la amistad. No hubo plan de volver, simplemente estuvo siempre ahí, lo único que hicimos fue ponerlo en marcha de nuevo.
                                                                                                                                                   SV

                                 FOTO: GONZALO DE PEDRO

4/13/2013

Beautiful Roberto


Dentro de esta vorágine que generaron tantos artistas internacionales que bajaron hasta Argentina en el último mes hemos, como público, recibido toda clase de directivas (levanten las manos, siéntense en el suelo, hagan: “uohh”), como fuimos blanco de demagogia “buena onda” (“son el mejor público”) o también nos han intentado liberar de la condición de masa uniforme anárquica buscando que nos concienticemos del que teníamos al lado y no empujemos, o nos corramos “two steps back” (dos pasos para atrás). Lo vivido ayer en River, en cambio, fue otro tipo de feedback. Robert Smith comandó una máquina que carga la pesada responsabilidad de ser una banda que por donde pasa deja su huella, que otros retoman y modifican según su necesidad. Fue así toda su carrera, pero con más de treinta años en el ruedo ese carácter no se modificó ni un ápice y ayer pudimos observar a cinco tipos que “trabajan” para eso, para no perderle el paso a la vanguardia y para estar siempre un metro más arriba de lo que la situación amerita.
The Cure en el Monumental fue un viaje fantástico, de principio a fin. Una travesía sonoro-musical de magnitudes incomparables (en lo que a mi jodida memoria respecta). Fueron casi tres horas (o más, o menos, nadie pudo despegar su cerebro de lo que acontecía como para calcular el tiempo, ¿no?) de la diversidad más fina, certera y avasallante dentro del rock dark-gótico, con raíces de finales de los ’70 pero con un nivel de asimilación de su obra a los tiempos que corren que le dieron al espectáculo una constante de épica reminiscencia y, sobre todo, condujeron al público por todo tipo de sensaciones: baile, fervor hitero, pero también introspección y melancolía.
Si había que esperar veintiséis años para poder vivir eso en carne propia, bueno, lo valieron. Esas intro's largas... vueltas y vueltas de acordes sombríos paralelos a teclados ochentosos, ambos corriendo sutilmente debajo de sofisticados arreglos de guitarra, todo con una gruesa conjunción de bajo y batería de fondo que allana el camino hasta la eternidad de la canción: una fórmula que funciona en niveles que, hasta ayer, no conocía empíricamente, ni había podido contemplar sino a través de la impersonalidad de los auriculares o parlantes. “Charlotte Sometimes”, “A Forest”, “The Kiss” fueron demasiado para este lúgubre corazón racinguista, y ni hablar cuando tocaron temas del disco “Seventeen Seconds”, y las pantallas acompañaban a la música a través de esa tonalidad tan opaca y tormentosa que caracterizó desde siempre a la banda y aún hoy no pierden.
También hitearon, vamos a aclararlo. Pero los hits de The Cure son la excepción a toda la carga negativa que tiene la palabra en sí misma. “Boys Dont Cry” (sin teclados), “Close To You”, “The Lovecats”, “Just Like Heaven” levantaron a la gente, como un salvavidas arrojado para rescatarlos de la marea de oscuridad en la que ellos mismos los habían metido con tanta otra canción de corte intimista-perturbadora.
Me reservé el último párrafo para él, quien da título a este texto. Robert Smith canta como si en realidad todos hubiésemos envejecido menos él (más allá de la incipiente tonalidad gris de su particular cabellera), como si para este personaje el tiempo no pasara, casi como un Peter Pan amo de las profundidades. Aniñado, vocaliza todas sus sensaciones, las exterioriza con la mayor naturalidad y lo acompaña con expresiones de locura y mirada perdida que hacen más verídico o creíble lo que transmite. Todo eso dentro de un anatómicamente “complicado” (o adorable, según quieran) envase que le da ese carácter tan particular de belleza innata e irresistible. ¿Cómo ceder ante sus gigantescos dedos haciendo sonar los acordes más refinados y también tortuosos? No, imposible ceder. Yo solo quiero más, que vuelvan por más.