4/24/2012

Tales from the Crypt 1

Sensación de oasis.
"no me despidas más, siento que todo estalla"
Francisco Bochatón.

Aurora entró al comedor corriendo. Entre tanta gente que había apostada preparándose para ver la película, y su eterna demora para ir a buscar los lentes, se había quedado sin lugar en los sillones y sillas periféricas a la TV. Sin dudarlo, gambeteó entre los cuerpos de sus primas que yacían en el piso y se zambulló encima de Salvador, quien estaba cómodamente ubicado frente a la pantalla, a la espera de que el preámbulo de posicionamientos termine y empiece el film por el cual habían interrumpido su partido de fútbol.
Claro, había un derecho moral para que ella reaccione así, directamente proporcional a la obligación sentimental de él por hospedarla en sus rodillas por las próximas horas. Así que casi sin chistar le dio cobijo en aquella noche calurosa del húmedo barrio del sur de la Capital.

Años mas tarde Salvador se arrepentiría de tal sumisión. Se encontraría perdido en un espiral de preguntas y anhelos todos etiquetados bajo la maldita palabra con A, de cuatro letras.
Un prontuario de años y emociones diversas, del cual solo filtraría aquella determinada situación. ¿Por qué esa situación en particular? Quizás, pensaba, si hubiera sido menos condescendiente con aquellos narcisistas delirios de princesa hoy la situación lo hubiese encontrado con la frente un tanto más alta, y sin el rosario de penas asomándole tímidamente a cada rato por la garganta, como un nudo asfixiante y lacrimógeno. Nunca se dio cuenta de que aquellas reacciones a las situaciones de dependencia lo internarían en un estado de necesidad total por las mismas, como una feroz adicción.
De esta manera, cuando la soledad lo atacó sorpresivamente por la retaguardia, luego de velar sus ambiciones de tipo duro e intenciones de anti-relación, comenzó a darse cuenta que la necesitaba (extrañaba), y mucho.

La inercia de la vida lo llevó a permutar dichos pensamientos por acciones. Pero las fuerzas gravitacionales, cósmicas, o cuales sean que manejen el devenir del destino, hicieron que chocara nuevamente contra el frontón de hechos y realidades que Aurora supo construir en ese segmento temporal en el que él, simplemente se había dedicado a sufrir y pensarla.

El oasis de esperanza que lo albergó esa noche tenía distintas aristas. Una era obviamente la sensación de que ella extrañaba la necesidad de tirarse encima de él, jugando; solo para molestarlo y que él le gruña que hacía calor, que se porte como alguien de su edad.
Pero su verdad absoluta iba a contramano del mundo y en efecto, ella extrañaba esas situaciones, las añoraba, pero no le movían los cimientos del corazón de manera tal que pueda tirar abajo ese categórico frontón impuesto.
Para ella eran recuerdos como en fotos, como aquel álbum que ya pisaba la década de antigüedad. Aurora había dado vuelta la hoja, o por lo menos había pegado la última foto, dispuesta a mirarlo y nunca olvidarlo, pero definitivamente negándose a continuarlo.
Enterarse de todo eso en su noche de esperanza a Salvador le significó el golpe de knock-out que creía haber buscado pero temía recibir. Aurora había dejado de existir, como en un acuerdo tácito con su cerebro.

Proyectaba, entonces, otras imágenes en su cabeza. Así, logró conformar un nuevo pequeño séquito de historias e histerias, que también tenían el placer agridulce del amor. Ínfimas, näives. Pero por lo menos estas nuevas parodias habían dejado de contar con el protagonismo de aquella que ya no debía ser nombrada.
No le alcanzaban los dedos de las manos ni los dolores de alma en su haber para contar las veces que ella se “había ido de su vida”, pero ésta vez en particular olía distinto.
Quizás eran los años, tal vez realmente existían otros personajes que habían alcanzado su talla en la historia amorosa de “su” enamorada, y él había devenido simplemente en un recuerdo mas allà del frontón (el primero, sí, pero no el único).

Con el hecho consumado, y asimilado; su cabeza emprendió viaje hacia otros problemas. Dio órdenes a su cuerpo, incentivó al corazón, izó las velas y partió.

Hoy día, Salvador no existe. Hay quienes dicen que murió de tristeza aquella noche que lo invadió un oasis de sensaciones y lo arrastró a la, hasta entonces inaceptable, realidad.
Otros, mas positivos en su discurso, dicen que su esencia, harta de los reproches, mudó de envase como las serpientes mudan su piel, y todavía está buscando el personaje donde anclar y asentarse en búsqueda de nuevas realidades.

¿Aurora? No se sabe, hace ya varios párrafos que dejó de existir para mí.


SV.

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